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Plaza Italia a comienzos del siglo XIX

Entre las naciones extranjeras de idioma no español, la de Italia fue la primera que nos dio su nombre para una de las plazas de la ciudad de Buenos Aires, los de plaza Británica, plaza Francia, Plaza Irlanda, se incorporarían después al nomenclador porteño, y ello como reconocimiento del pueblo argentino a los países europeos que se asociaron a los festejos patrios, al celebrarse el centenario de la Revolución de Mayo (1810-1910).  La denominación de Plaza Italia, que sustituyó la tradicional referencia de plazoleta de “los Portones”, fue consecuencia inmediata del monumento a Giuseppe Garibaldi, obra del escultor italiano Eugenio Maccagnani (1852-1930), inaugurado el 19 de junio de 1904; pero, como es propio de la adopción impuesta por el tiempo y la costumbre, público y vecindario tardarían en familiarizarse con la nueva nomenclatura, pues el nombre “los Portones” se había originado en ese lugar donde se levantaban, y no resultaba cosa fácil desprenderse ni prescindir de él.  De ahí que a fines de abril de 1906 la Comisión del Monumento a Garibaldi peticionara a la Intendencia Municipal, a efectos de que se exigiera a las empresas de tranvías la colocación en sus tableros del nombre Plaza Italia, en lugar de Palermo o Portones, que llevaban los coches, resolviéndose favorablemente.  Con todo, en la voz popular, como en la indicación familiar de los porteños, el nombre de “los Portones” se mantendría por muchos años.

 

El Lugar

 

Con el tiempo se convertiría en uno de los puntos privilegiados del barrio de Palermo; centro de caminos anchos y frondosos (las avenidas Sarmiento y Las Heras, primitivamente llamadas de las Palmeras y Chavango); y también claro abierto al Oeste para dejar ver la más amplia longitud de la de Santa Fe, a la que ya en 1904 se la designaba “Paseo Santa Fe entre Thames y Godoy Cruz”, con una superficie de 10.065 m2, en tanto que el que abarcaba el perímetro de la plaza lo era de 4.900 metros cuadrados.  Y como a su encuentro habían convergido rutas con renovadas huellas de carretas y de caballerías, aquéllas cargadas de leñas y hortalizas, y las otras, las de la oficialidad y soldados con cuarteles cercanos.  “Allí, en la esquina de Thames y Santa Fe –lo dice Manuel Bilbao- se encontraba la pulpería con nombre color de patria, “Sol de Mayo”, concurrida por gente de la escolta de Juan Manuel de Rosas, pues la Maestranza quedaba en sus inmediaciones”.  Igualmente ha recordado este lugar Roberto Boracchia: “La pulpería Sol de Mayo, en la que hoy es esquina de Santa Fe y Thames, lugar de reunión obligada de la soldadera federal de Rosas, estaba edificada sobre terrenos llamados quintas de Palermo o de Acosta.  Su título primitivo arranca de doña Isabel González de Méndez, por herencia de sus padres Blas Méndez e Isabel González; y a Blas Méndez le había correspondido por compra que hizo a José Santos Cochi en el año 1806, venta que ratificó su esposa (ya viuda), Bernabela Torres de Cochi, según escritura del 24 de diciembre de 1831 ante el escribano Laureano Silva”.  Dicho lugar tuvo luego otros dueños y compradores.

 

Desde muy antiguo se lo tuvo como sitio abierto al paso público, y de ahí que no alcanzara la clasificación de hueco destinado a basural; y si muchos años antes de que se la viera en otros lugares y calles de los alrededores, alcanzó la alfombra que le tendió el adoquinado, sus tiempos de barrizales recordaban carretones encajados hasta los ejes, y pantanos como pozos ciegos atrapadores de jinete y animal.  Y con verdad puede afirmarse que fue tenido seriamente en cuenta al comprobarse los excelentes resultados de la Exposición de muestras ganaderas, agropecuarias e industriales, que la Sociedad Rural Argentina realizara por primera vez en el año 1878; y a cuya inauguración se dejó ver, como factor eficaz a la concurrencia del pueblo animador del espectáculo, el “Tramway” de la empresa de Buenos Aires y Belgrano, propiedad de Mariano Billinghurst, que ya para entonces corría por la avenida Santa Fe, entre la Plaza de la Victoria (hoy de Mayo) y el pueblo de Belgrano.

 

El terreno de la plazoleta de “los Portones” era bajo y fácilmente inundable, y como las calles carecían de bocas de tormenta, aquello, no obstante la dureza del pavimento, resultaba un muestrario de charcos con sorpresas de salpicones.  A este respecto, dos décadas más tarde las cosas no habían mejorado mucho; y tal nos lo recordaría Ricardo Hogg al hablarle al cronista de “La Prensa” que lo entrevistara el 25 de julio de 1959.  Con las imágenes de la Exposición Rural de 1897, memoraría don Ricardo: “Los días de lluvia era una aventura de audaces llegarse hasta allí.  Por la calle Santa Fe, que a esa altura tenía el mismo ancho de ahora, corría el agua de tal manera en dirección al arroyo Maldonado, que parecía un torrente, y los tranvías de caballos que iban hasta Belgrano debían interrumpir sus viajes”.  Ahora bien: no cabe duda de que la plazoleta de “los Portones” fue cobrando animación al abrirse al público las puertas del Jardín Zoológico, con la dirección del doctor Eduardo L. Holmberg, en el año 1890; y las del Jardín Botánico, con la de su fundador Carlos Thays, en días de 1892.  Y a la plazoleta no sólo se la recordará por figurar en la historia de nuestros desaparecidos tranvías, sino, y con mayor razón, ya entrada la electricidad, por haber sido punto de enlace con la esquina de Las Heras y Ministro Inglés (luego Canning), en el recorrido primero que efectuó en la ciudad de Buenos Aires el tranvía eléctrico dirigido por el ingeniero Carlos Brigt, el 22 de abril de 1897.  Por lo demás, no podrá olvidarse que la estación de tranvías de tracción animal llamada “Portones” estaba en Santa Fe 4156, cuyo terreno ocupa hoy la Agencia Palermo del Banco de la Nación Argentina.

 

Los Portones

 

La primera de las estampas puestas en el lugar con preocupaciones de urbanismo, fue la que presentaban “los Portones” (tres amplias portadas para entrada de jinetes y carruajes, y dos puertas, una sobre cada vereda, para uso del peatón).  Y nos resulta acomodado el hecho de repetir aquí algunos renglones de cuanto escribiéramos en  1961: “Su conjunto no guardaba un estilo puro ni definido, pues así como presentaba elementos clásicos (arco de medio punto, llave sobre el mismo, basamento de los cuerpos flanqueantes, etc.) dejaba ver otros barrocos (pilastras a tambores y sin capiteles; desarrollo desmesurado del friso sobre las pilastras, en detrimento del arquitrabe, que casi desaparece; trozos curvos en la cornisa del coronamiento, que se cortan para dejar elevar el sector central, etc.).  Con todo, “los Portones” daban una de las notas elegantes y de buen gusto; y tanto que, con un poco de imaginación, resultaban hermosos, con la donosura de lo versallesco”.  Se los conocía desde la creación del Parque 3 de Febrero (año 1875) y constituían la portada que mayormente utilizaba la gente del pueblo, la de a pie, pues la otra, que se levantaba en el cruce de Ugarteche y avenida Casares y del Libertador, por lo general era franqueada –sin que ello fuese de su exclusividad- por los coches de las familias de la alta sociedad.  Por lo demás, el pago de peaje por cabalgaduras y rodados se hacía efectivo en la entrada de cada una, dándose así cumplimiento a lo establecido el 19 de mayo de 1878 por la Legislatura de la provincia de Buenos Aires, al aprobar el proyecto del diputado Luis V. Varela, que gravaba con impuestos de 5 y 3 pesos, respectivamente, a los dueños de carruajes y caballos que penetraran al Parque 3 de Febrero.  Cabe aclarar que aquellos 5 pesos representaban el valor de los 20 centavos que conoceríamos algunos años después.  Estos portones se abrían al comienzo de la avenida Sarmiento, y unían al Jardín Zoológico con el recinto de la Sociedad Rural Argentina, destinado a sus exposiciones.  Y es de recordar que las puertas de rejas, que permanecían cerradas durante las horas de la noche, habían sido forjadas en la renombrada herrería de Silvestre Zamboni, con yunques, fraguas y talleres en la calle Rivadavia, entre las de Uruguay y Talcahuano.

 

Los “Portones de Palermo”, como se los reconocía en plano general, se mantuvieron hasta el año 1917, pues durante la Intendencia del doctor Joaquín Lambías fueron demolidos, perdiendo con ello la Plaza Italia la nota destacable que la decoraba dentro del entonces poco llamativo conjunto arquitectural.

 

La Plaza

Merced a las actividades de la Sociedad Rural Argentina, que con las fiestas de sus exposiciones ha llevado su estampa de plaza popular al más difundido conocimiento de otros países, de los cuales industriales y cabañeros integrarían los Jurados discernidores de los premios correspondientes, puede asegurarse que actualmente figura entre las más concurridas de las plazas porteñas; pero entonces, por los días del primer lustro del siglo XX, presentando un espacio amplísimo de forma semicircular, se la veía sin jardines que la realzaran dentro de la nota urbana que es muestra de celo municipal.  Aquél como vestíbulo de entrada al Parque 3 de Febrero, sólo lucía en su centro, y sobre el adoquinado no muy parejo, una de las dos fuentes de hierro (2) que se habían retirado de la Plaza de la Victoria; la otra se veía colocada en el mismo punto donde ahora vemos la magnífica obra de Agustín Querol y Subirats, conocida por el “Monumento de los españoles”.  La fuente aquélla figura hoy instalada en la avenida 9 de Julio, próxima a la de Córdoba.  Y corresponde expresar que la jardinería no alcanzó nunca, en esta plaza, simetrías florales capaces de llamar la atención.  Después del emplazamiento de la estatuaria de Maccagnani, circundada de postes de hierros unidos con cadenas, a su frente, y sobre los costados de “los Portones”, se destacaban dos plazoletas de figura triangular.  Los árboles, el césped y cuadros de flores que actualmente componen el conjunto, de la plaza en su encuadre, se conocieron muchos años más tarde; sin perjuicio de algunas rosas en la franja de tierra que rodea el monumento en su base.  La vereda que la circunda, como las entradas y salidas del tranvía subterráneo, por los días de 1937 contribuyeron a que se le creara una semejanza de hormiguero humano.  Tampoco tuvo la cuadra que es, diremos, su telón de fondo, casas de comercio de mayores referencias: en la esquina de Serrano, un viejo almacén y la confitería “Pedigree”, de muchas relaciones turfísticas por los jockeys y compositores que la frecuentaban, hace tiempo que desparecieron; como el cine Park, que se encontraba sobre el ángulo sudeste de Thames, acaso en el mismo punto que ocupara la pulpería “Sol de Mayo”.  Toda la edificación es relativamente moderna en esta cuadra, siendo lo más antiguo la casa del Hotel Portones, que con la denominación continúa manteniendo el recuerdo del nombre tradicional.

 

Puede asegurarse que fue después de verse emplazado el monumento al “León de Caprera”, como los “mil de Marsala” llamaban a Garibaldi, cuando la afluencia de concurrentes a la plaza comenzó a cobrar mayor número y significación, ya que se la convirtió en punto invariable de concentración de las sociedades itálicas que, con sus lábaros, gallardetes y banderas, daban allí sus notas de alborozado y patriótico fervor en llegando el 20 de setiembre, fecha ésta que recordaba la entrada de las tropas en Roma, el año 1870.  Por otra parte, y en otro tono motivado por el sentir de diversas aficiones, la plaza abría su gran portada a todos los visitantes del Parque 3 de Febrero, bien en procura de la silla acogedora en el Pabellón de los Lagos como de las Romerías españolas, o bien del fusil o la pistola en el Tiro Federal, como de la jugada en el Hipódromo Argentino; destinos, estos últimos,  a los que se llegaba con preferencia en el “tramway” de caballos, que corría bajo los árboles (eucaliptos y palmeras) a lo largo de la “Exposición Rural”, para doblar en la avenida Cerviño hasta su encuentro con la calle Dorrego.  Y por supuesto –y ello ha venido repitiéndose en particular los días festivos- la asistencia de los niños con sus padres a los jardines Zoológico y Botánico, poblaba la plaza con el goce bullicioso del parlerío y risas infantiles.  Era entonces la fiesta de los matices policromados, en la que también entraban los tranvías con los trotones de herraduras repicadotas y sus impacientes campanazos pedidores de vía libre, así como las “Porteñas” (3) liliputienses de los vendedores  de maníes, con su poquito de penacho humoso y la pitada anunciadora de su presencia que, para el caso, reemplazaba la corneta del vendedor.  Y digamos que si a la Plaza Italia le quitáramos hoy el monumento de Garibaldi, en nada tendría semejanza con la de los días de 1910.  Todo, o casi todo, ha desaparecido.  En él “todo” caben las “bañaderas” (los grandes ómnibus abiertos), acaso las primeras que se vieron en esta ciudad, colmadas con los niños de las Escuelas Evangelistas de Mr. Morris; en el “casi” nos quedan la fachada del Hotel Portones y las puertas de entrada del Botánico y el Zoológico.

 

El monumento

 

El 27 de junio de 1882 se realizaron en esta ciudad las exequias a Giuseppe Garibaldi; y el significado de unión y reconocimiento al héroe, representado por las mil personas que marcharon por la calle Rivadavia, desde la de Claridad (hoy General Urquiza) hasta la plaza de la Victoria, anticipaba la ejecutoría de la estatua del “guerrero infatigable, defensor de la causa de la libertad, quien se destacó como uno de los hombres más prominentes de la época”.  A partir de ese día, la comisión de miembros de la colectividad italiana resolvió reunir fondos para levantar el monumento, lo que dio lugar a que el diario “La Prensa” iniciara una suscripción popular con el aporte de 1.000 pesos; y ya el 22 de enero de 1883 el Círculo Italiano informaba que se habían recolectado, con destino a la obra, la cantidad de 250.000 pesos.  El 6 de noviembre de 1898 fue colocada la piedra fundamental, ceremonia a la que asistieron los generales Bartolomé Mitre y Julio A. Roca, el embajador italiano y, entre todas las altas personalidades y las calculadas 100.000 personas que rebasaban los contornos de la plazoleta de “Los Portones”, todos los veteranos de la legión garibaldina de Montevideo, y todos los que usaron la camisa roja en Italia y Francia, llegados especialmente para magnificar el acto.  Cinco años más tarde el escultor Mascagni comunicaba la próxima terminación de las distintas figuras, y decía: “En el monumento se incluyen la gran estatua ecuestre del general, las dos figuras alegóricas de la Libertad y de la Victoria, y los altos relieves de la batalla de San Antonio y el embarco de los Mil en la playa de Quarto, cerca de Génova”.  Fue inaugurado el 19 de junio de 1904.

 

Referencias

 

(1) El edificio de la Maestranza se levantaba sobre el ángulo sudoeste de las actuales avenidas Sarmiento y Libertador general San Martín (Plaza Seeber).

 

(2) Construida en la afamada fundición Du Val D’Osne, de Haute-Marne, Francia, creada en 1836 por Jean-Pierre Victor André.

 

(3) Así se llamaba a la pequeña máquina que corrió en la ciudad de Buenos Aires, inaugurando el primer ferrocarril argentino, el 29 de agosto de 1857.

 

Fuente

 

Bilbao, Manuel – Tradiciones y Recuerdos.  Talleres Gráficos Ferrari Hnos., Buenos Aires (1934).

 

Boracchia, Roberto – Palermo o San Benito de Palermo.  Buenos Aires (1966).

 

Diario La Prensa – Recuerdos de los Portones.  Buenos Aires, 10 de diciembre de 1961.

 

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

 

Llanes, Ricardo M. – Antiguas Plazas de la Ciudad de Buenos Aires – Cuadernos de Buenos Aires (1977).

 

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