Hoy como cada 13 de junio es nuestro Día del Escritor. Se conmemora en homenaje al nacimiento de Leopoldo Lugones (1874-1938). Quien fuera uno de los fundadores de la SADE, Sociedad Argentina de Escritores que presidió junto a Horacio Quiroga, como vice en los años 1928 a 1932. Nació un 13 de junio de 1874, en Córdoba (Villa María del Río Seco) y se suicidó el 18 de febrero de 1938. Poeta, pedagogo, ensayista, bibliotecario, fue uno de los escritores de vanguardia que rompió con la escritura hispanista, en busca de una literatura distinta, moderna. No estuvo solo, con él entre otros Horacio Quiroga, Samuel Glusberg, Leopoldo Lugones, Arturo Cancela, Baldomero Fernández Moreno, Alberto Gerchunoff, entre otros.
Su búsqueda de una lengua nacional lo enfrentó con los vanguardistas de Florida, Norah Lange, Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal entre otros. Controvertido, dio su apoyo a los golpes militares que sufría nuestro país. Criticado y odiado por sus pares por esa elección mudó en el último tiempo, a su «Lunario Sentimental», donde refleja su condición y mirada de poeta. Atrás quedaban conferencias donde equiparaba al gaucho con la épica de Homero.
Hoy, Día del Escritor… queremos nombrar, traerlo a nuestros días a un presente y continuo Julio Cortázar, (1916/1984)
LAS LINEAS DE LA MANO
De una carta tirada sobre una mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continua por el piso de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván, y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en la cadena de pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor, y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo), sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor, y en una cabina donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta el codo, y con un esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.
De Historias de Cronopios y de famas, 1962.