LAS COLECTIVAS DEL BARRIO DE CHACARITA
Un gran número de los inmigrantes que llegaron a Argentina a comienzos del siglo XX permanecieron en la ciudad de Buenos Aires a la espera de posibilidades de empleo que resultaban más escasas en el interior del país.
La cantidad de inmigrantes fue tal que la estructura de viviendas de la ciudad de Buenos Aires quedó rápidamente saturada, y los conventillos, se convirtieron en la solución natural.
Frente a esta situación, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires respondió con la creación de viviendas para obreros. Es así como surge la primera casa colectiva, construida bajo la intendencia de Luis María Cantilo para obreros y empleados municipales, sobre la base de un proyecto del arquitecto Fermín H. Beretervide.
La piedra fundamental se colocó en 1927 y dice “Primera Casa Colectiva”, y su inauguración se realizó el 6 de octubre de 1928.
La Sra. María Eufemia Sasone, que fue la primera inquilina, relató en su momento para “El País que No Miramos” que no eran muchos los que querían ir a vivir allí. Sobre Concepción Arenal estaba la Quema; la cual figura aún en los planos de 1975.
La Calle Guzman daba a la que hoy es plaza, y en esa época era un matorral.
Durante años, los taxis se negaban a entrar en este barrio.
A falta de municipales, se trato de que lo ocuparan los ferroviarios y como esto tampoco dio resultado, se ofreció públicamente el alquiler de los departamentos, llevando las propuestas a sorteos que eran anunciados en los diarios.
Los departamentos de planta baja costaban 50 pesos, los del segundo y tercer nivel, 60 y los que tenían las pérgolas que son de 5 habitaciones, 90 pesos.
Son, en total, 153 departamentos distribuidos en 16 cuerpos, con salón teatro (que luego fue transformado en biblioteca), hemeroteca y 7100 metros cuadrados de parque interior.
Cuando hacían bailes estuvieron Francisco Canaro, Mercedes Simone y muchos más, que conseguía gratuitamente un vecino, cuyo hermano era el pianista de Miguel Calo.
Después, cuando en el año 1969 apareció la ley de propiedad horizontal, aquellos que los ocupaban tuvieron prioridad para comprarlos.
LA SEMANA TRAGICA EN CHACARITA
Por Osvaldo Bayer
El martes 7 de enero de 1919, los termómetros porteños indicaban una calurosa jornada estival: 34° de temperatura, que treparían a 35,5 hacia las 2 de la tarde. A pesar del sofocante calor, en la barriada de Nueva Pompeya se verificaba una inusual actividad: efectivos del cuerpo de Bomberos y personal de la comisaría 34ª ocupaban desde temprano posiciones estratégicas en la escuela “La Banderita” y en la fábrica textil de Alfredo Bozalla.
Barricada obrera en Amancio Alcorta y Pepirí.
A las tres de la tarde, un piquete huelguista de la casa Vasena, ayudado por una aguerrida vecina conocida como “La Marinera”, se disponía a interceptar una vez más –como lo venía haciendo desde el 2 de diciembre– a una chata conducida por crumiros (carneros) que, con custodia policial, partió desde el depósito de la firma ubicado en San Francisco y Tres Esquinas, con destino a los talleres de Cochabamba y La Rioja.
Un insulto a los carneros, el arrogante gesto policial de amartillar las armas, un palo blandido por una mujer del pueblo, un piedrazo que surcó la avenida Alcorta; la chata se detuvo y sus guardianes se cubrieron detrás del vehículo.
Y apenas sonó el primer tiro, se inició un verdadero pandemonium: como obedeciendo a una señal bomberos, policías y esquiroles comenzaron a hacer un nutrido fuego de fusil Máuser, revólver Colt y carabinas Winchester, desde el edificio de la escuela, desde los árboles que hay más allá de la misma, desde la fábrica de Bozalla, y desde otras áreas menores de tiro, ametrallando prolija y sistemáticamente las viviendas obreras y los pequeños comercios que tenían frente a sí.
El terror se apoderó del barrio. En medio de la mayor confusión, todos –huelguistas, vecinos, mujeres, pibes–, corrían hacia cualquier parte, desesperados por escapar de esa gigantesca vorágine de plomo y pólvora, que se abatía sin piedad sobre cualquiera que no atinara a buscar refugio.
Hacia las cinco y media de la tarde, cuando cesaron las últimas descargas, con el humo producido por la ignición de la pólvora fl otando todavía en el aire, los aún aturdidos vecinos salieron a la vereda para encontrarse con un cuadro dantesco: toda la cuadra de Alcorta al 3400 –donde estaba el local de la Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos, cuyos referentes principales eran los obreros Mario Boratto y Juan Zapetini– fue literalmente acribillada a balazos.
La densidad del fuego fue tal, que hasta las dos únicas bombitas de luz, que alumbraban la peluquería de don José del Cármine, fueron alcanzadas por los tiros.
Mientras las ambulancias de la Asistencia Pública trasladaban decenas de heridos de bala a los hospitales, quedaban en la calle los cadáveres de Toribio Barrios, español, muerto de un sablazo policial en la cabeza mientras huía procurando explicar que él no era huelguista; Santiago Gómez, a quien una bala de Máuser le impactó en el cráneo mientras intentaba cubrirse tras una puerta cancel; una tercera víctima no identifi cada; y en el patio de su casa, el joven Juan Fiorini, a quien un proyectil le atravesó el pecho mientras cebaba un mate a su madre.
Ocurre que su vivienda, como casi todas las del barrio, era de madera, demasiado vulnerable a los disparos.