Decir Horacio Ferrer es hablar de muchas cosas: de un eximio artista con una sensibilidad especial que lo asociacia, lo hace uno, junto con quien sufre y padece de quien paga que unos pocos se queden con lo que es de todos. Es hablar de aquel niño que veia la diversión de otros en el Parque Japonés u otros similares.
Le cantó al loco pero con Amor haciéndole sentir cariño y reconocimiento en una sociedad que los excluye o los encierra.
Es escribir tangos en corazón argentino o uruguayo y por seguro que el pensamiento triste que se puede bailar se siente reconocido: porque la obra de arte jamás tiene o tendrá nacionalidad. Es hablar de otro grande como Don Astor…
El Maestro tuvo tamaña sensibilidad porque los poetas del sentimiento la tienen y no por otra cosa que por ser precisamente un poeta. Porque los poetas no necesitan ideología o cualquier otro accidente, porque la sangre de los que sufren las desigualdades es mucho más que algún criterio disperso allí quien sabe dónde…
En estas breves líneas que podrían ser muchas más, sólo quisimos rescatar el significado de un hombre, de Don Horacio, que se sintió tocado con los chiquilines de bachin que andan por la vida pidiendo un poco de amor.
Quisimos rescatar a esos niños, aquellos que son estigmatizados, que son judicializados cortando el hilo por lo más delgado. Porque ninguno de ellos fue quien buscó la droga sino que ésta lo buscó a ellos ya sea mediante una familia que no lo priorizó como hay que priorizar a los niños, de una sociedad como la nuestra que reniega y hasta olvida que LOS UNICOS PRIVILEGIADOS DEBEN SER LOS NIÑOS, precisamente…