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ELISA BROWN
A la memoria
de mi hermana Estrella
Año de mil ochocientos
veintisiete, año de duelo,
Elisa Brown se suicida
en aguas del Riachuelo.
Veintisiete de diciembre:
no he de olvidarlo jamás.
Era verano y se oía
el canto de la torcaz.
Como un racimo doliente
iba llegando del monte,
Pintaba un rosado tierno
la línea del horizonte.
Elisa estaba de blanco,
Nada a su frente miró,
Como quien va enajenada,
hacia el río caminó.
Una visión de los cielos:
talmente se la veía.
A las orillas del río
se detuvo todavía.
Quisiera, por un instante,
con sus dolores sentir,
Vivir con su pensamiento
para hacerla desistir.
Pero ya el amargo fruto
le ocupa su corazón
y ya su pecho alimenta
la tremenda decisión.
Ay, la niña valerosa
de la quebrantada fe.
Ya posa su pie en el barro,
ya el río lame su pie.
Blanco era su pensamiento,
blanco su amor floreció.
De blanco se fue hacia el río
y de blanco se metió.
Fue rumbo de la olvidanza,
donde terminar sus penas.
Con ternura la reciben
aquellas aguas morenas.
Ya siente sobre su piel
temblar el último frío.
Se cierran sobre su pelo
las aguas del ancho río.
Pobrecita Elisa Brown,
que en el río se quedaba.
Allí se le representan
los tiempos en que noviaba.
Piensa en ls ojos azules
con que hirió su doncellez
Francisco Drummond,el bravo,
un capitán escocés.
Veinticuatro años tenía
él en aquella ocasión.
Dio su bravura al país
y a Elisa su corazón.
Suspensa está Elisa Brown
de su dulce enamorado.
En su vestido de novia,
un corazón ha bordado.
Labores que la retienen
noche y día con afán,
la recatan en su quinta.
Sus sueños, ¡qué lejos van!
Un raro presentimiento
le causa extraño pavor,
y, con espanto levanta
las manos de su labor.
Como una visión, avanza
mirando hacia el infinito,
Los ojos cierra, temblando,
y da un angustiado grito.
Algo el corazón le anuncia,
algo ve en más allá.
Algo que, con sino adverso,
creciendo en silencio está.
En vano quieren sus padres
tratarle consolación,
Porfía en sus presentires
su dolido corazón.
Ha visto a su novio muerto,
cual si soñara despierta.
Ha visto a su padre herido,
de algún barco en la cubierta.
…………………………
Así, lo que habrá de ser
ya ha sido en el pensamiento.
Elisa Brown, con dolor,
se afirma en su sentimiento.
Ya pasó lo que temía,
ya su corazón se abate.
Ya marca un ocho de abril
los horrores de un combate.
Ya viene herido su padre,
tal como lo imaginó.
Y ya sabe que la muerte
a ssu novio se llevó.
Elisa Brown, en silencio,
acepta su padecer.
Con dolor miran sus padres
su adelantado saber.
Ahora suelta el manantial
de sus llorados amores.
A la fuente de sus lágrima
convidan tantos dolores.
Y ya sin una esperanza,
lo mismo que árbol sin fruto,
le crece en el corazón
una semilla de luto.
En Monte Santiago era
donde murió, en un delirio,
Drummond, brazo de león
pero corazón de lirio.
Herido de muerte está
y ha de morir, a la fija.
A la novia idolatrada
le devuelve la sortija.
Francisco Drummond, el bravo,
está agonizando así.
Por sitio de muerte tiene
la goleta Sarandí.
En el medio de la noche,
entre la sombra cerrada,
visita Guillermo Brown
la goleta destrozada.
Y allí al querido muchacho,
entre el duro padecer,
le dice, para consuelo:
– Hijo, has hecho tu deber.
Después, un beso final
le deja sobre la frente
y, volviendo el rostro rudo,
hecha a llorar largamente.
Ya murió Drummond, sereno
y sosegado el semblante.
Han de enterrarlo en aquel
cementerio protestante.
A las cuatro de la tarde
le rezan una oración.
Con él por amor de novia,
se muere otro corazón.
Elisa Brown: pocos meses
sobreviviste a tu pena.
Ya se enluta con rebozo
el oro de tu melena.
Entre azucenas y adelfas,
un sauce te da su sombra.
Amor y dolor confiesa
la lápida que te nombra.
León Benarós.
De «Romances Argentinos». Buenos Aires, Editorial Plus Ultra. 1981
