El pasado 7 de agosto marcó un hito significativo en la historia cultural de la ciudad de Buenos Aires: el aniversario del Teatro Opera. Este icónico lugar ha sido testigo de innumerables actuaciones memorables, ha vibrado con la pasión de artistas de renombre y ha dejado una huella imborrable en el corazón de la escena artística porteña. Reflexionar sobre la importancia y el valor histórico y cultural de este teatro es una oportunidad para apreciar su legado y entender su relevancia en la rica historia de Buenos Aires.
El Teatro Opera es mucho más que un simple escenario; es un símbolo vivo de la tradición artística de la ciudad. Desde su inauguración en 1870, ha sido un espacio donde la música, la ópera, el teatro y la danza se han entrelazado en un espectáculo deslumbrante. A lo largo de los años, ha sido escenario de presentaciones que han dejado al público asombrado y emocionado. Desde destacados cantantes líricos hasta las bandas más populares, el Teatro Opera ha brindado una plataforma a una amplia gama de expresiones artísticas. Aquí se presentaron grandes artistas como Ava Gardner, Édith Piaf, Mina Mazzini, el Folies Bergère, el Lido de París, Fairuz, R5 (banda) entre otros artistas internacionales así como artistas locales como Mercedes Sosa y Los Abuelos de la Nada.
Cuando Antonio Pestalardo, un empresario visionario, anticipó que la instalación de teatros en la calle Corrientes, aún angosta y distante del centro de Buenos Aires en aquellos años, revitalizaría la zona. Sin embargo, su proyecto enfrentó dificultades considerables. Al año siguiente, una epidemia de fiebre amarilla estalló, y el cierre del puerto de la ciudad complicó la llegada de los materiales necesarios para la construcción. A pesar de estos contratiempos, Pestalardo perseveró y dio vida al «Teatro de la Ópera», inicialmente dedicado al género lírico. El 25 de mayo de 1872, el teatro abrió sus puertas con la ópera Il trovatore, convirtiéndose en el primero en la ciudad en contar con iluminación a gas, una rareza para la época.
En 1889, el edificio sufrió una transformación completa, gracias a la inversión de su nuevo propietario, Don Roberto Cano. Rufino Varela, por su parte, implementó una usina eléctrica en el edificio remodelado, permitiendo que el teatro se autoabasteciera de electricidad, un lujo en la Buenos Aires de finales del siglo XIX. En 1936, el ensanchamiento de la calle Corrientes preanunciaba su transformación de una estrecha calle a una avenida importante. Aunque las demoliciones se centraban en la vereda norte de la calle y no afectaban al edificio del teatro, Clemente Lococo, el propietario en ese momento, aprovechó la oportunidad para construir el tercer y último Teatro Ópera, consolidando su presencia en el panorama cultural de la ciudad.
La historia del Teatro Opera es un viaje fascinante a través del tiempo. Durante el siglo XX, vivió momentos de gloria y desafíos, reflejando el devenir de la ciudad misma. Durante las décadas de 1920 y 1930, el teatro se consolidó como un epicentro cultural en pleno corazón de Buenos Aires. Sin embargo, como muchas otras instituciones, enfrentó dificultades en épocas de crisis económicas y cambios en la industria del entretenimiento. A pesar de los altibajos, el Teatro Opera siempre logró reinventarse y seguir siendo un faro cultural para la comunidad.
El valor histórico del Teatro Opera radica en su capacidad para preservar y transmitir la memoria colectiva de la ciudad. A través de los años, ha sido escenario de eventos que han marcado hitos en la cultura porteña, y cada rincón del teatro resuena con historias y emociones de artistas y espectadores que lo han habitado. Además, el teatro ha sido testigo de cambios políticos, sociales y culturales que han influido en la identidad de Buenos Aires. Así, el Teatro Opera se convierte en un reflejo tangible de la evolución de la ciudad y de la sociedad argentina en su conjunto.
En el ámbito cultural, el Teatro Opera ha sido un semillero de talento y creatividad. Ha brindado una plataforma a artistas emergentes y ha apoyado la innovación en las artes escénicas. Además, su diseño arquitectónico y su decoración elegante aportan una atmósfera única que transporta a los espectadores a una época pasada, llenando cada función con un aire de nostalgia y autenticidad.
A lo largo de los años, este teatro ha sido una joya en la corona de la escena artística porteña, un lugar donde la música y la actuación han cobrado vida de manera magnífica. A medida que miramos hacia el futuro, es crucial valorar y preservar este tesoro cultural que nos conecta con el pasado y enriquece nuestro presente. El Teatro Opera no solo es un lugar de entretenimiento, sino un testimonio tangible de la pasión, la creatividad y el amor por las artes que definen la esencia misma de Buenos Aires.
Fuente La Chacrita de los Colegiales