Hace muchos años, varias décadas, mi abuelo se enfermó en forma muy severa y a tal extremo que treinta días después en el Hospital Israelita en plena ciudad de Buenos Aires, falleció.
No por anecdótico deja de ser real y no por real deja de ser una historia triste y lamentable.
Años antes de su fallecimiento a mi abuelo por deficiencias cardíacas se le había colocado un marcapasos que lo mantuvo entre los mortales a pesar que el corazón y el cerebro ya se habían despedido de todos nosotros.
TREINTA DÍAS ni uno más ni uno menos ni siquiera por sus propios órganos seguía en el Hospital Israelita, sí por el marcapasos.
Entubado por todos lados, una sonda pegada a la nariz e incluso se le impuso un ano contranatura.
El fallecimiento era una cuestión de horas y como decimos más arriba, sólo andaba el marcapaso.
¿Se puede hablar de muerte digna? ¿Murió tranquilo y en paz como así debería ser quien pasó sus años entre nosotros?
¿Alguien le preguntó a mi abuelo si él quería morir de esa manera o prefería hacerlo de otra?
Por supuesto que no.
¿Será que los dogmas están por encima de la voluntad de quien padece una enfermedad terminal?
¿Será que tiene más derecho y lo ejerce haciendo sufrir innecesariamente ya sea el dogma, los médicos, los usos y costumbres legados por cualquier religión o creencia?
¿Por qué importa tan poco la voluntad del sufriente sobre su propio cuerpo y su propia vida?
El caso de mi abuelo no es único ni el más sanguinario de todos. Hubieron otros de pacientes tirados en una cama, hemipléjicos totales, que los mantuvieron asi durante un tiempo excesivo.
¿No es esto un avance anti-garantista sobre los derechos del individuo?
A nuestro juicio no se puede decidir qué será de la existencia ajena pero cae de maduro que el derecho a decidir como y cuanto padecer una enfermedad debe ser responsabilidad de quien la padece y no por terceros.
Es de esperar que la ley de muerte digna en Argentina siga avanzando en busca de los derechos del enfermo. Es de esperar, así lo pensamos, que éste sea prioridad con respecto a si mismo y no que otros decidan por él.