Las Academias
El otro destino fueron las Academias, los antiguos reductos del baile negro que dieron su nombre a estos cafés de hombres solos. Allí el tango no se baila, se escucha solamente.
El punto clave: la esquina de Suárez y Necochea. La Boca, refugio de inmigrantes y hombres de mar alimenta estos locales regentados por italianos o algún griego. Ellas, las mujeres, atienden las mesas con vestidos negros y delantales blancos. Son bonitas y agradables a los clientes, a veces tienen un acento extranjero y un aire de melancolía que agrada a los habituales parroquianos, marineros de paso, algo que recordar y mucho que dar. Alguna desde el escenario desgrana una canción nostálgica para ellos.
La Marina, El Griego, El Café Royal, el café concert donde actuaba Villoldo y la Casa de Filiberto padre, eran algunos de los reductos.
Un poeta del tango recordó estos lugares y esas mujeres.
Pero hay en las noches de aquella cantina
Como un pincelazo de azul en el gris
La alegre figura de una ragazzina
Más breve y ardiente que el ron y el gin.
Cuando al doliente compás de un tango
la ragazzina suele cantar
Sacude el alma de la cantina
Como una…
Tango y mujer ligados, formaban por entonces parte del mundo vedado. El carnaval, una fiesta tradicionalmente popular y callejera era la ocasión para que ellas se mostraran en público. En la algarabía, mujeres de boca pintada y ojos tristes se mezclaban con los jóvenes alegres para espanto de las «buenas familias».
Estas, refugiadas en «Las Delicias» de Adrogué o en los suntuosos salones del Tigre Hotel, permitirían a su juventud dorada, ciertas licencias. El tango debería pasar por París antes de atravesar los altos muros. Sin embargo, una institución de principios de siglo tuvo como protagonista a muchos señores encumbrados y a algunas madamas famosas que supieron encarar el negocio sin escatimar gastos: las Casas de Baile.
Eran lugares de ambientes refinados, de elegantes penumbras y medios tonos, que se alquilaban por hora o por noche para celebrar francachelas exclusivas. La dueña proveía de mujeres hermosas y hasta orquestas de tango con pianista incluido.
Sobre Pueyrredón, cerca de Plaza Once, se levantaba la casa de la Morocha, más o menos a la altura de la calle Paraguay, la de María, la Vasca, Madame Blanch, Concepción Amaya, la Parda Flora, quienes fueron entre otras, las famosas regentes de estos curiosos reductos.
Esa noche, Laura contrataba las bailarinas según el número requerido por sus clientes y citaba a la mejor orquesta de Buenos Aires. Esa noche, correría la bebida buena y las propinas generosas.
Otra variante femenina, ya entrado el siglo, era el teatro de Varieté. A la manera de las divas de la Belle Epóque que cantaban cuplés en los grandes escenarios, surgen en el bajo, en una serie de tabladillos que imponen un tango picaresco, mujeres que aspiran a convertirse en estrellas locales.
Estas mujeres son, además, las pioneras de las grabaciones fonográficas, pálido antecedente de la moderna discografía que abarcaría por fijar el tango y conservarlo hasta hoy.
Flora Rodríguez, la Chilena, esposa de Alfredo Gobbi, cantaba acompañada por su marido y fue enviada a París a grabar, el proceso de grabación no era tan sencillo y habría que esperar al año 1919 para que la Casa Odeón instalara la primera fábrica de discos en la Argentina.
Para ese tiempo una actriz de segunda, Lola Candales, le pide a Saborido un tango para ser cantado ante «público decente». Villoldo le pone letra y sale a luz el primer tango que hizo referencia a la mujer en forma directa.
Yo soy la Morocha
La más agraciada
La más renombrada
de la población
Soy la que al paisano
muy de madrugada
Brinda el cimarrón.
Flora, la Chilena, grabó por primera vez «La Morocha». Y dicen los memoriosos que hizo de este tango una verdadera creación.
La Morocha, que había nacido un 25 de diciembre en la mesa de un café de Buenos Aires, se ganó el fervor del público. Apenas salió la primera edición se agotó. Los cadetes que viajaban en la Fragata Sarmiento la diseminaron por Europa.
Era todavía un tango un poco azarzuelado que conversaba con las piezas del génera chico, que el mismo teatro ofrecía. De ahí el tono ligero y acelerado de «La Flauta de Bartolo», «Húndete a la Recalado», o «El Tango de la Cachacera», caballito de batalla de la entonces famosa Starlet local «Pepita Avellaneda».
Una foto maligna de Pepita con vestido plisado, zapatos chatos y gorro marinero del que sobraba abundante pelo negro. Cierra el cuadro una sonrisa infantil y dos manos que se toman a la falda con gesto aniñado. Su verdadero nombre, Josefa Calatti. Sus inicios: coplera en el teatro de San Felipe en Montevideo.
Buenos Aires la trae al seno de los grandes del tango en el Conciert-Varieté con entrada libre y consumo obligado.
Luego, la paseó por el Variedades, El Alcázar, El Cosmopolita, donde reinaban los nombres de Flora Rodríguez, Lea Conti, Lola Membrives, Dorita Miaramas, Linda Thelma, La Pamperito.
Linda Thelma, pseudónimo de Ermelinda Spinelli, llegó a tener una voz que aplaudieron en los escenarios de Europa y EE.UU. Como cancionista de Canaro con la imagen exótico de un gaucho femenino, botas y espuelas, subió a las tablas del Moulin Rouge.
Algunos cantantes masculinos quisieron apropiarla, cantando en tercera persona. Pero estaba destinada a perdurar en las voces femeninas, y así fue.
Del Libro La Mujer y el Tango. 1880 – 1930
Autor: Carlos Milanesi
Edición del Autor. Año 2000