Las ciudades son sin duda el resultado de las transformaciones sociales. Siendo el hecho cultural más importante generado por el hombre, son huellas de las distintas historias que fuimos construyendo, testimonio de los recuerdos de la memoria y de escenas de la vida cotidiana.
Frente a este hecho social que son las arquitecturas, edificios e infraestructuras, se presentan constantemente situaciones de renovación urbana, entendida como las políticas de demolición. La renovación es una de las múltiples posibilidades de las dinámicas de transformación de las ciudades, ya que como parte de las políticas públicas, o como parte de intereses individuales privados, suelen avanzar sobre grandes espacios de las ciudades repetidamente.
Surge la necesidad de leer la arquitectura de las ciudades, como documento excepcional de las condiciones actuales y del pasado, pues nos explican el origen y nos muestran los cambios a través de tiempo, son contenidos simbólicos que explican muchas de nuestras particularidades culturales, dándonos identidad. Cuando esa arquitectura tiene valores adicionales a su buena calidad, se convierte en un objeto cultural, adquiriendo la capacidad de ser valorada como patrimonio por la comunidad.
Sin embargo, las transformaciones históricas implican adaptaciones a las modernas condiciones de vida, dadas las crecientes poblaciones y los nuevos modos de vida que van presentándose. Es en este contexto que surge la necesidad de seleccionar aquellos bienes que responden a la valorización patrimonial, permitiendo que una ciudad preserve sus valores e identidades que le dan significación.
A pesar de esta identificación, en reiteradas ocasione se desarrollan procesos de demolición y cambios bruscos en los espacios urbanos, ya sea por el bien común de sus ciudadanos o por la codicia de la especulación inmobiliaria y la complicidad o la omisión de las responsabilidades de las instituciones públicas.
Pensando el caso de la Ciudad de Buenos Aires, encontramos múltiples hechos históricos de renovación urbana. Nuestra ciudad ha realizado apuestas a futuro, constituyendo el pasado un lastre, dejando la consecuente pérdida de grandes obras arquitectónica. No se trata del simple hecho de preservar edificaciones del pasado, sin darle lugar a las necesidades del presente, sino de resignificar nuestro presente a partir de los hechos del pasado teniendo referencias en valores arquitectónicos significativos.
Por ejemplo, no poseemos en Buenos Aires ninguna vivienda completa de las realizadas en los primeros 250 años de vida de la ciudad. Tampoco nos quedan testimonios de vivienda con patio colonial o del conventillo de inmigrantes de patio central urbano (salvo algunos casos excepcionales), pensando en dos tipologías urbanas que se han perdido.
Estos sucesos se deben a la falta de políticas de rescate patrimonial, pero también a la necesidad de nuestra comunidad de lo nuevo, lo moderno, del cambio continuo, del imaginario del cambio como evolución hacia algo mejor. A la ausencia de ideas claras de saber que estábamos perdiendo huellas imprescindibles que explican los diversos modos de vida que identificaron e identifican a los sectores sociales de nuestra ciudad.
Cuando repasamos las obras y los paisajes urbanos ya ausentes, reconocemos muchas veces las sabidurías de las escalas empleadas o de las cualidades de aquellos espacios públicos que daban respuestas adecuadas a una ciudad con sentido de relación personal en lo cotidiano y con carácter social en su fisonomía urbana. Las pérdidas de estas obras constituyen abandonos de fragmentos de nuestra identidad, siendo puntos de referencia que se pierden. Como los casos de los antiguos teatros del siglo XIX y de comienzos del XX, o más recientemente, como les a sucedió a los grandes cines céntricos y barriales, que han sido demolidos o transformados arbitrariamente en tiendas, oficinas, o malls.
A pesar de todo, también existen las reconversiones urbanísticas, que son ciertas operaciones de rehabilitación o reciclaje entendidas como respuestas adecuadas para mantener lo esencial de las tipologías urbanas. Para ellos es imprescindible pensar en usos comparables con las estructuras esenciales de los edificios que permitan mantener aquellos valores que son reconocibles con el patrimonio de la comunidad. No se trata de mantener meramente una fachada, vaciando el contenido del edifico en una suerte de escenografía urbana que sólo es apta para recrear ámbitos perdidos.
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Aduana de Taylor, a partir de un concurso realizado en 1853 se eligió el diseño del arquitecto Eduardo Taylor. Emplazada detrás del fuerte se destacaba su volumen semicircular que daba al río. En 1884 fue demolida para dar forma al Puerto Madero.
Pablo Kramer.
Profesor de geografía.