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DRA CECILIA GUIBILEO, UNO DE LOS MAYORES MISTERIOS DE LA HISTORIA POLICIAL ARGENTINA

 

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Cecilia Enriqueta Giubileo (1946-¿1985?) es/fue una médica argentina cuya desaparición, en el invierno de 1985, constituye uno de los mayores misterios de la historia policial argentina.

 La madrugada del 17 de junio de 1985, Cecilia Giubileo, una médica de 39 años, desapareció sin dejar rastros mientras cumplía guardia en la colonia neurosiquiátrica Montes de Oca, en Torres, localidad del Partido de Luján, en la provincia de Buenos Aires, a 80 km al oeste de la ciudad de Buenos Aires.

 El ‘caso Giubileo’ mantuvo en vilo a la opinión pública durante el invierno-primavera de 1985.

 Índice

    1 La sucursal del infierno

    2 Una bella y abnegada médica

    3 La desaparición

    4 La investigación

    5 Las hipótesis

    6 «La» hipótesis

    7 Un thriller sin desenlace

    8 Televisión

    9 Referencias

    10 Enlaces externos

 

La sucursal del infierno

 

A 70 kilómetros al oeste de Buenos Aires se encuentra la populosa ciudad de Luján. Y 10 kilómetros hacia el norte, por la Ruta Provincial 192 (ex Ruta Nacional 192) se llega a la pequeña localidad de Open Door. El poblado tomó su nombre de la colonia neuropsiquiátrica en torno a la cual se desarrolló, a principios del siglo XX. La colonia neuropsiquiátrica Open Door, para enfermos mentales de escasos recursos (luego rebautizada ‘Hospital Interzonal Psiquiátrico Colonia Dr. Domingo Cabred’ en honor a su fundador), ocupa un predio de 600 hectáreas.

 Algunos kilómetros más al norte, también sobre la Ruta Provincial 192, se alza el pequeño poblado de Torres. Allí se encuentra un anexo de la colonia Open Door: la colonia Montes de Oca, un predio de 270 hectáreas, el escenario de los hechos.

 A finales del siglo XIX, los enfermos mentales, especialmente los provenientes de familias de escasos recursos, yacían arrumbados en hospitales públicos escasamente preparados para albergarlos, cuando no directamente en cárceles o prisiones. Se los trataba con agresivas medicaciones, sangrías, duchas frías, aislamiento. La reducción a servidumbre era una frecuente manera de otorgarles un lugar en la sociedad.

 José Ingenieros nos transmite en su obra La locura en la Argentina la triste situación en que vivían los enfermos mentales sometidos a los «encierros en las cárceles, a los desencantamientos, a las palizas o las sangrías…desde la época colonial hasta gran parte del siglo XIX, permanecían encadenados entre sus propias deyecciones, amansados a fuerza de ayunos, de palos y de duchas y aun de ataques degradantes en grupos para probar si fingían, o entregados por su conducta menos agitadas y mucho más tolerable, como sirvientes perpetuos, cuando no como bufones, a familias adineradas».1

 Durante el transcurso del siglo XIX, desde las cárceles del Cabildo hasta los Cuadros de Dementes de los hospitales generales, el panorama siguió siendo desolador, especialmente por el hacinamiento y la falta de atención psiquiátrica.

 En 1915, a instancias del doctor Domingo Cabred, un adelantado a su época, se creó la Colonia Neuropsiquiátrica Open Door, un asilo para enfermos mentales de régimen abierto. Open Door era un paraíso, una pequeña ciudad en sí misma, donde los internos tenían libertad para circular libremente por el extenso predio, incluso para entrar y salir de él (‘open door’ significa ‘de libre acceso’ en inglés). Los propios pacientes mantenían Open Door funcionando, realizando trabajos de albañilería, carpintería, jardinería, trabajando en la huerta, criando animales de granja, generando ellos mismos una parte de los recursos económicos necesarios para el mantenimiento de la colonia. Y dando los primeros pasos para su recuperación y eventual reinserción en la sociedad.

 Pero la desidia, las malas administraciones, los intereses espurios, iban a llevarse los sueños del doctor Cabred como se llevan casi todas las cosas buenas. Setenta años después de su fundación, el paraíso del doctor Cabred había devenido en una sucursal del infierno.

 

Una bella y abnegada médica

 

Cecilia Enriqueta Giubileo nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, en 1946, en el seno de una familia de excelente posición económica.

 Estudió Medicina en la Universidad Nacional de Córdoba, durante los convulsos años sesenta, época en la que militó en la izquierda como integrante de la Juventud Católica Argentina. En 1969, el Cordobazo la encontró en las calles de la capital cordobesa junto a miles de estudiantes, gritando consignas contra la dictadura militar gobernante.

 En aquella época, Cecilia conoció a Pablo Chabrol, músico. Se casaron en 1972 y viajaron a España, radicándose en Gijón. El matrimonio duró poco. Cecilia regresó a Argentina, retomó sus estudios, y en 1973 obtuvo su diploma de médica.

 En 1974 entró a trabajar en el Hospital Interzonal Colonia Dr. Domingo Cabred, y se radicó en Luján, a 80 km de Buenos Aires. Alquiló una casa en la calle Humberto I, y un consultorio en Torres.

La desaparición

 La noche del 16 de junio de 1985 la doctora Giubileo llegó a la colonia Montes de Oca alrededor de las 21.30. Conduciendo su Renault 6 verde claro se dirigió hasta el edificio de la Dirección y Administración. Firmó el libro de entrada y añadió su número de matrícula. Eran las 21.48. Los médicos de guardia permanecían en uno de los edificios del predio, llamado Casa Médica, hasta que eran requeridos desde alguno de los pabellones de la colonia. Normalmente, otros dos médicos completaban la guardia. Por diversos motivos, no hubo otros médicos aquella noche.

 Esa noche, la doctora Giubileo recetó un antifebril a un paciente con bronquitis y fiebre alta. Luego firmó un acta de defunción para los familiares de una interna fallecida por la tarde, quienes habían venido a retirar el cuerpo. Poco después, un paciente llamado Miguel Cano, con el que la doctora tenía confianza, llegó desde el Pabellón 7 requiriendo su presencia (aquella noche el conmutador telefónico de la colonia no funcionaba). Ambos recorrieron a pie los 500 metros que separaban la Casa Médica, del Pabellón 7. Los senderos estaban bien iluminados, con luces de mercurio. Cumplida la diligencia, Miguel Cano la acompañó de regreso a la Casa Médica.

 —Andá tranquilo. Yo voy a descansar un rato —fueron las palabras con las que la doctora despidió al interno.

Pasada la medianoche, un enfermero de apellido Novello se cruzó con la doctora Giubileo.

 —¿Alguna novedad, doctora?

 —Vengo del pabellón 7 —contestó Cecilia—. Atendí una urticaria gigante.

 Sus últimos pasos conocidos fueron una charla con otro enfermero y un breve entredicho con la supervisora Nélida Ojuez. Pidió tres cigarrillos para acompañar la velada leyendo, y se retiró a su habitación.

 Nunca más se la vio.

 La colonia se despertó al día siguiente, lunes 17 de junio, bajo el mismo manto de neblina de la tarde anterior. Seguía el mal tiempo. Fueron a buscar a la doctora Giubileo, pero el dormitorio estaba vacío y la cama sin tender. En la mesa de luz sólo encontraron sus zapatos marrones con puntera beige. No estaban ni su cartera ni un pequeño bolso que siempre portaba. En el estacionamiento aún estaba el Renault 6 verde claro.

 Dos días después, Beatriz Ehlinger, amiga personal de la doctora Giubileo, hizo la denuncia policial por averiguación de paradero.

 El director de la institución, Florencio Eliseo Sánchez, no denunció la desaparición. En cambio, inició a la doctora Giubileo un sumario administrativo por abandono de la guardia.

La investigación

De la noche a la mañana, un ignoto asilo para alienados en algún remoto lugar de la provincia de Buenos Aires, se convirtió en el foco de todas las miradas. La colonia Montes de Oca fue invadida por policías con perros, abogados, periodistas, fotógrafos. Sabuesos adiestrados husmearon cada centímetro del predio de 270 hectáreas. La policía se internó en túneles, sótanos y altillos largamente abandonados. Se abrieron dos pabellones clausurados. Ningún rastro de la doctora Giubileo.

 El doctor Marcelo Parrilli, abogado contratado por la familia Giubileo, propuso algo muy razonable pero también más complejo: drenar la inmensa ciénaga del predio, en la que no era infrecuente hallar el cuerpo de algún interno desaparecido. Si supuestamente la habían matado en el predio y querían ocultar el cuerpo, ése sería el lugar ideal. La respuesta de las autoridades: no había fondos para el drenaje.

 El personal de la colonia fue interrogado minuciosamente. Nadie había visto nada.

 También los pacientes, aquellos lo suficientemente lúcidos para poder expresarse con coherencia, fueron interrogados. Eran enfermos mentales. ¿Eran testigos confiables?

 Miguel Cano, el paciente que había ido a buscar a la doctora por un caso de urticaria y la había dejado de vuelta en la Casa Médica, decía haber visto, mientras regresaba al Pabellón 7, el furgón funerario que se llevaba el cuerpo de la paciente fallecida esa noche. Pero también, declaraba, había visto un automóvil negro, con las ventanillas delanteras y traseras cerradas, avanzando hacia la Casa Médica. Sin embargo, la agencia funeraria no sabía nada de ese coche.

 Días después, una interna fue encontrada desnuda en una casilla rural, donde había sido violada y abandonada por un grupo de personas, cosa no muy llamativa en la colonia. Aseguró haber visto a la doctora atada y golpeada. No se encontró ninguna prueba que respaldara la afirmación de la mujer.

 Como hecho llamativo, la doctora había cargado el tanque de su Renault 6 el domingo por la tarde. Sin embargo, cuando lo revisaron ese lunes por la mañana frente a la Casa Médica, no tenía ni una gota de nafta.

 Algunas irregularidades en el procedimiento de investigación también resultaban llamativos, y alimentaban todo tipo de especulaciones periodísticas.

 Inexplicablemente, el juez Carlos Gallaso, el primer investigador, no había ordenado precintar la zona ni había dictado medida alguna para preservar pruebas.

 A escasas horas de la desaparición de Giubileo, su habitación en la Casa Médica, donde dormía y pasaba las horas de descanso, fue íntegramente modificada. Un grupo de albañiles pintó las paredes, se cambiaron los muebles de lugar, las pertenencias de la doctora fueron retiradas. Para cuando Beatriz Ehlinger radicó la denuncia sobre la desaparición de su amiga, ya era tarde: algunas evidencias se habían borrado para siempre por obra de la sorpresiva remodelación.

Semanas después, el departamento de la médica, bajo custodia judicial, fue encontrado revuelto.

 Varios de los allegados a Cecilia Giubileo recibieron amenazas anónimas.

 Los más insólitos rumores se desataron: se dijo que Cecilia había sido vista cuando entraba en un castillo en Lobos (100 km. al SO de Buenos Aires). También, que había sido vista más de mil mil kilómetros al norte, mientras caminaba por una calle de la provincia de Tucumán. También, que había sido vista más de mil kilómetros al sur, en Trelew…

 En noviembre, el thriller adquirió truculentos tintes de misticismo. Una cinta de mala calidad llegó a una comisaría de Luján. En ella, alguien que se presentaba como Cecilia Giubileo pedía que no la buscaran más, que se hallaba en un hermoso lugar, donde había encontrado la paz que tanto había buscado.

 Se aseguró que se había exiliado en un pueblo limítrofe entre Ecuador y Colombia, que había ingresado en un monasterio, que se había unido a una secta religiosa, que practicaba ciencias esotéricas.

 Mientras se peritaba la autenticidad del material, una parapsicóloga decía ver un cuerpo en el fondo de un tanque de agua, idéntico al de la colonia. El tanque fue revisado. Sólo hallaron un gato muerto.

 

Las hipótesis

 

Múltiples hipótesis fueron consideradas y sucesivamente descartadas   

Algún inestable paciente de la colonia la había atacado. No había la menor señal de que ello hubiera ocurrido. Y de haber sucedido, ¿era plausible que un enfermo mental planeara un crimen con tanta perfección? La hipótesis fue descartada rápidamente.

 Había sido secuestrada para pedir un rescate. En su casa de la calle Humberto I, Cecilia guardaba 3.000 dólares, sus ahorros, en una caja de Maizena. Pero nadie había pedido rescate.

 Un drama pasional. El periodismo comenzó a hurgar en la vida personal y sentimental de Giubileo. En la vida de la bella doctora no habían faltado hombres, como era de esperarse. Un médico de Campana, algunos años mayor que ella. Un contador público de Buenos Aires, con quien ya había terminado. Otro médico, un colega de la colonia Open Door, con quien había trazado planes. La doctora había comprado dieciséis hectáreas en la Sección Primera del Tigre. Según versiones, con este colega también había abierto un depósito a plazo fijo a orden conjunta. Surgieron especulaciones y rumores sobre las preferencias sexuales de la doctora Giubileo. Se dijo que había mantenido relaciones amorosas con algunas mujeres. Empleadas y enfermeras de la colonia fueron interrogadas.Pero nada pudo encontrarse que pudiera conducir a explicación alguna. Todos los involucrados e involucradas soportaron la investigación sin que pudiera acusarse a nadie.

La hipótesis política. ¿Tenía que ver el tenebroso pasado del país, aún reciente, con la desaparición de la doctora Giubileo? Cecilia había militado en la izquierda en su época de estudiante universitaria. Aunque su ex-marido Pablo Chabrol no registraba antecedentes políticos, dos de sus hermanos habían militado en el ERP. Y estaban en las listas de desaparecidos de la Conadep. El ex-suegro de Giubileo, Pablo Pedro Chabrol, había molestado a los militares con incansables gestiones para averiguar el paradero de sus dos hijos. Había sido detenido y castigado.

Extraido del portal wikipedia.org.ar

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