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EL DENGUE: LA HISTORIA NOS CUENTA.

Al Padre Carlos Mugica se lo acusó hasta de violento faltando por seguro de un paso para estigmatizarlo como guerrillero. ¿Cuál fue su pecado?

Que haya exigido un mundo justo cabe decir entonces que el Hijo del Hombre también fue un pecador al extremo que no llegó a esta tierra de mortales para ser servido sino a servir. No vino a ser amado sino a amar. La afirmación precedente quedó plasmada en la última Cena cuando Jesús lavó los pies a sus discípulos cuando por su condición de Maestro podía hacérselos lavar.

¡Mal podría fecundar el odio cuando desparramó amor! El Padre Mugica, si en algo pecó, fue en seguir las enseñanzas de la Doctrina del Amor  –cual es el cristianismo-  y que a diferencia de las doctrinas devenidas del  industrialismo inglés y del humanismo francés con su declaración de los derechos del Hombre, ambas teorías que se quedaron en un vanguardismo delirante que propiciaba quedarse con el Estado para supuestos fines que en verdad eran lo mismo.

Para Mugica el cristianismo no fue un invento sino un descubrimiento y por tal, pagó con su vida el servicio a Dios y a todos los hombres.

No fue el  único y mucho menos el último en profesar la fe del Amor, la doctrina del amor.

¿Dónde estaría hoy el fundador de la Parroquia “Cristo Obrero” en momento que el mosquito, hace más de un siglo diezmó la población porteña? Aquellas mismas condiciones de hacinamiento, falta de un cuidado ambiental en condiciones mínimas de higiene, lo ofrecen en la actualidad los asentamientos populares, las mal llamadas villas miseria.

Aquella misma realidad de los barrios humildes donde cuando llueve se inunda todo y se embarra hasta donde alcance la vista también puede provocar una pandemia atroz donde no se salven ni los ya fallecidos.

Las condiciones están dadas y no por responsabilidad de nadie en exclusiva –no queremos caer en el chiquitaje (tantas veces de índole partidocrático)- pero sí queremos alertar que la falta de urbanización de estos barrios, las aguas servidas, el cocinar como se pueda, la falta de cloacas, etc, pueden en forma separada o en conjunto, disparar la epidemia como lo fueron ayer nomás, los braceros con que se cocinaba en aquellos conventillos donde en cada habitación de cuatro metros por costado dormían y hasta hacían sus necesidades, cuatro, cinco o más miembros de una familia.

En los días que corren el Movimiento de Curas Villeros podrían dar testimonio  de lo que acabamos de afirmar. Hoy como ayer, Carlos Mugica podría aconsejarnos que hacer.

No pretendemos hacer proselitismo con la presente nota, sencillamente porque se nos ocurre hasta inmoral hacer proselitismo con el peligro de tanta gente y de tantas necesidades. Sólo queremos alertar dando un contenido cuasi-histórico de aquellos momentos, en 1871, cuando murió Buenos Aires.

 

 

 

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