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LA GRAN EPIDEMIA DE 1871 (Parte II)

Cuando uno camina por las calles de su ciudad, calles nocturnas y solitarias, suele asociar la inseguridad a un asaltante furtivo o a un coche cruzando en rojo y acabando súbitamente con nuestras cavilaciones. Pero cuesta imaginarse a la muerte suelta, traicionera e invisible. La muerte en el aire, en el agua que bebemos, y sin embargo así fue. La epidemia de fiebre amarilla de 1871 fue una catástrofe que mató al 8% de los porteños, paralizó la ciudad, hundió algunos barrios e hizo surgir otros, clausuró el cementerio del Sur y engendró Chacarita. Mostró el verdadero rostro de muchos; heroísmo y solidaridad en algunos, traición, cobardía y oportunismo en otros. Fueron los rostros de la peste.

El 27 de enero se conocen tres casos de fiebre amarilla en Buenos Aires. A partir de esa fecha se registra un promedio de diez enfermos diarios. Las autoridades parecen desoír a quienes advierten que se está en presencia de un brote epidémico. La polémica crece y gana los diarios. La municipalidad trabaja intensamente preparando los festejos oficiales del carnaval. A fines de febrero el Dr. Eduardo Wilde asegura que se está en presencia de un brote febril. El bullicio carnavalesco ahoga la voz de este solitario aguafiestas.

Marzo empieza con 40 muertes diarias. Todas de fiebre. El pánico sucede a la despreocupación. La peste desborda a los conventillos de San Telmo para, sin prejuicios clasistas, comenzar a golpear a las familias acomodadas del Norte. Se prohíben los bailes. Mucha gente decide abandonar la ciudad. La primera semana de marzo cierra con cien fallecimientos diarios provocados por la fiebre. Algunos diarios informan sobre el flagelo con titulares catastróficos, estimulando a la otra peste que empieza a atacar a los que se salvaron de la fiebre: el terror.

Los hospitales generales de Hombres, de Mujeres, el Italiano y la Casa de Expósitos (Casa Cuna) colman su capacidad. Los sesenta médicos que se quedaron, igual que el puñado de enfermeras y sepultureros, no dan abasto. El puerto es puesto en cuarentena y las provincias limítrofes impiden el ingreso de personas y mercaderías procedentes de Buenos Aires.Un dato es preocupante: sobre 19.000 viviendas urbanas, 2.300 son de madera o barro y paja. Hay un incipiente sistema de aguas corrientes, pero el grueso de la población se surte de pozos o directamente del río, por medio de los aguateros. En este último caso, las quejas por la suciedad del agua son constantes. La construcción no acompaña el ritmo del flujo inmigratorio. Comienza el hacinamiento de inmigrantes en los barrios del sur. La higiene urbana deja mucho que desear.

La década del Sesenta se aleja con una advertencia: dos brotes de cólera en Buenos Aires, uno en 1867 y el otro en 1868 dejan centenares de víctimas. A fines de 1870 se registran numerosos casos de fiebre amarilla en Asunción del Paraguay. En Corrientes, el primer enfermo se detecta en diciembre de ese año y el último en junio de 1871. De 11.000 habitantes que tenía la ciudad, mueren 2.000.

Nota de la Redacción: Extraido de un trabajo sobre el tema realizado por el Centro Cultural de la Cooperacion

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