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SE ACERCA LA NOCHEBUENA…

Nos aproximamos a la nochebuena por lo tanto puede resultar una ocasión ideal para reflexionar acerca de su significado.

Lo primero que se nos ocurre pensar es en la razón o en las razones por las cuales el nacimiento del Salvador trae un pensamiento distinto, digamos fundante y fundacional en su más amplio concepto que perdura hace más de dos mil años.

Por qué otras teorías, otras doctrinas, ya agotadas, han quedado en estado gélido producto de la falta de actualización que nos habla del hombre nuevo o endiosan el mercado pero que en última instancia se quedan en el vanguardismo o en la nostalgia de un modelo que tampoco se aplica –según sus fundamentos- en ningún país o continente: el proteccionismo de los países centrales le son prohibidos a los periféricos.

La diferencia es clara: la práctica del Salvador, la propuesta de quien llegó para redimir los pecados, se basó y se basa en el amor entre los hombres, entre las personas siendo éstas sujeto histórico, no tan sólo predicado: la diferencia radica en que el espíritu humano se basa en el amor.

¿Pero de qué amor estamos hablando? ¿Es una metáfora, un ensueño?

Muy por el contrario es un valor que necesita ser practicado para no quedarse tan sólo en un enunciado como los otros pensamientos en estado gélido a que hacíamos alusión más arriba.

¿Cómo se lo práctica? Muy simple: cuando quien nació en un establo acabó con la hambruna  duplicando panes y peces hasta el hartazgo, nos estaba hablando de amor, de hermandad entre las personas, pero al mismo tiempo de un compromiso ineludible de todos aquellos que somos iguales ante Dios y que más que enemigos deben ser hermanos, un verbo esencialmente distinto que más que predicado es sujeto histórico.

El éxodo del pueblo hebreo de la esclavitud y las Escrituras del antiguo y nuevo Testamento nos dicen sin lugar a sospecha alguna que los bienes nos fueron entregados a todos.

San Ambrosio como los padres de la Iglesia se preguntarán –vaya diferencia- que es lo propio y lo ajeno porque la tierra a todos nos han sido entregada pero tan sólo unos pocos gozan de su producido: ¿Es la propiedad individual tan sólo lo válido o certero, es un bien sagrado en si mismo?

La Encíclica papal “Desarrollo de los Pueblos”, Paulo VI, dirá que a nadie le es lícito reservarse el uso individual de los bienes cuando a los más les falta lo necesario para la subsistencia. San Lucas nos menciona al granjero rico que guardó el trigo en inmensos galpones (de su época, claro está) y se echó a dormir. Esa noche le aparece el Señor y le dice: “Hombre necio esta misma noche has de morir y para qué te servirá lo que tienes guardado”

¿Las Escrituras nos hablan de socialismo? En absoluto: nos están diciendo de un compromiso ineludible del hombre para con el hombre mismo. Ese amor se refiere estrictamente a no desatenderse del prójimo.

No están las Escrituras hablando de repartir nada, no están hablando de igualdad, sino de un compromiso.

Un compromiso eludido por quienes proponen la lucha fraticida o el endiosamiento de un mercado al que los que menos tienen no tienen acceso.

¿Dónde queda, entonces el hombre nuevo y su opuesto –si es que en realidad ambos son lo mismo- cuando los pueblos tan sólo son predicado y no sujeto histórico?

Precisamente, culminando esta suerte de síntesis apretada, la diferencia entre la doctrina de dos mil años y aquellas que nada dicen en cuanto al compromiso del hombre para consigo mismo, es la filosofía del amor pero no en metáfora sino en hechos reales y concretos como algunos de los mencionados aquí.

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