Nuestro hermano pueblo chileno ha dejado, a nuestro juicio, un legado para siempre: mostró las garras de una dictadura sangrienta ávida de sangre que oliera a todo aquello que nos recuerda lo nacional y popular: ¡Muy difícil se pueda superar el salvajismo pinochetista! Pero por el otro, entre muchas otras, a dos personas que quedarán en la historia por su lealtad hasta ofrendar su vida por una sociedad en la que nadie se crea más de lo que es y menos de lo que deba ser.
Don Salvador Allende, asesinado en el golpe militar de 1973 y Víctor Jara nos deja este testimonio y que no es otro que la lealtad al compromiso asumido más el irrenunciable legado por los que menos tienen.
Leemos en el portal Wikipedia.org:
“Por causa de las necesidades familiares, Víctor se vio obligado desde niño a ayudar a la familia en los trabajos del campo. Influenciado por su madre, tomó también contacto a temprana edad con la música, además de asistir al colegio. La familia se trasladó a la población Los Nogales, donde coincidieron con Julio y Humberto Morgado, compañeros de Víctor en la escuela primaria. La familia Morgado proporcionó a Víctor, que abandonó sus estudios, un trabajo en una fábrica de muebles, ayudando al padre de sus compañeros en su trabajo de transportista. Cuando contaba con 15 años, falleció su madre, lo que significó la disolución del núcleo familiar”
Por seguro que una infancia de privaciones de los trabajadores del campo (a quienes jamás se le reconocieron ni le reconocen el derecho por lo menos a una vida sin la más elemental privación que es beber agua potable), lo ayudó a comprender desde pequeño el sentido de la frase la grandeza de la Patria y la felicidad del pueblo.
Múltiples tareas debió asumir tanto en su niñez como en su adolescencia pero más temprano que tarde a quienes llevan la música en el alma, lo volcó hacia la canción asumiendo con ella un grado de compromiso de tal envergadura que ni la tortura pudo terminar. El pinochetismo no sólo lo fusiló sino que también le arrancó las manos para que no pueda tocar su guitarra.
¡Grueso error! Víctor Jara no estará en persona junto a los necesitados pero sigue vigente en cualquiera de nosotros.
“Para mí fue una decisión muy importante ingresar en el seminario. Al pensarlo ahora, desde una perspectiva más dura, creo que lo hice por razones íntimas y emocionales, por la soledad y la desaparición de un mundo que hasta entonces había sido sólido y perdurable, simbolizado por un hogar y el amor de mi madre. Yo ya estaba relacionado con la Iglesia, y en aquel momento busqué refugio en ella. Entonces pensaba que ese refugio me guiaría hacia otros valores y me ayudaría a encontrar un amor diferente y más profundo que quizá compensaría la ausencia de amor humano. Creía que hallaría ese amor en la religión, dedicándome al sacerdocio.
Dos años después de su ingreso, abandonó el seminario al comprobar su falta de vocación, tras haber practicado allí el canto gregoriano y la interpretación de la liturgia. Tras dejar el seminario, prestó el servicio militar”
Entre muchos avatares que le asignó su existencia y a modo síntesis por cuestiones de espacio diremos (que) “En 1961 compuso su primera canción, Paloma quiero contarte y continuó trabajando como asistente de dirección en el montaje de La madre de los conejos, de Alejandro Sieveking. Al año siguiente, en 1962, dirigiría para el Instituto de Teatro de la Universidad de Chile (Ituch) la obra Ánimas de día claro, también de Sieveking. Grabó con el grupo Cuncumén el LP Folclore chileno, con dos canciones propias: «Paloma quiero contarte» y «La canción del minero», en la época en que comenzó a desempeñar la función de director en la Academia de Folclore de la Casa de la Cultura de Ñuñoa, labor que desempeñaría hasta 1968. Desde esa misma época, y hasta 1970, formó parte del equipo estable de directores del Ituch, además de trabajar, entre 1964 y 1967, como profesor de actuación en la universidad”
Su derrotero por el mundo artístico fue el caminar en forma constante hacia su Chile, hacia una sociedad mejor, donde poder soñar con una niñez en la escuela y no trabajando para el capanga de la estancia o la esclavitud del trabajo en las minas de cobre.
Volveremos en otra oportunidad a referirnos a este hombre quien manifestó en y con su vida que existen otros valores que son más importantes que amontonar dinero a costa del hambre de los demás.
Hasta la próxima página sobre este héroe latinoamericano que nos marcó un horizonte que no podemos olvidar ni negar.
imagen: www.clarin.cl